El conductor experto y buen
conocedor de los caminos, al llegar a una rotonda, gira sólo lo necesario hasta
encontrar la salida adecuada, punto de inicio del viaje que le llevará al
destino previamente seleccionado. Sólo el conductor torpe y despistado se verá
obligado a girar una y otra vez en la rotonda, perdido y desorientado, sin
saber qué salida tomar porque desconoce los caminos, además de que no sabe bien
a dónde quiere dirigirse, ni cuál es el objetivo final de su errático viaje.
Durante los últimos ocho años, la
política sin rumbo del gobierno municipal ha convertido a Plasencia en una Ciudad-Rotonda.
Así, Plasencia lleva años girando sobre sí misma como en una rotonda sin principio
ni fin, donde no se vislumbra la salida.
Quizás sea sintomática la
proliferación de este elemento urbano, canalizador de los flujos circulatorios,
que ha protagonizado las inversiones más destacadas y cacareadas de los últimos
tiempos en Plasencia. Manifestación palmaria de un estado de cosas, muy
particular de esta vetusta y orgullosa ciudad.
Plasencia está inmersa en un
terrible viaje a ninguna parte, que sólo puede conducirnos al hastío
colectivo, al desgaste de las escasas energías juveniles que le restan, al
desespero del empresariado, a la pérdida constante de habitantes y al
estrangulamiento de la frágil economía local.
Parece que sólo unos pocos vemos
cómo la ciudad agoniza, mientras otros seguirán construyendo rotondas y más
rotondas, bellas rotondas ajardinadas, emblemáticas y tributarias de homenajes
varios, donde el pueblo pueda seguir girando alegre y despreocupado como si de
un carrusel de feria se tratase, girando sin fin, narcotizados, para mantener
la falsa sensación de movernos hacia alguna parte, de viajar hacia un lugar llamado
futuro.